El marfil se empleaba como soporte de muchas miniaturas y no tanto por la nobleza del material, sino porque su tono translúcido y blanquecino se usaba para las carnaciones. Cuanto más fina era la lámina de marfil, más delicado era el resultado del tono de la piel. A veces se colocaba una lámina de pan de plata, de cobre plateado o de un metal dorado por detrás de la miniatura porque su reflejo ilumina la carnación desde el interior y aumenta la profundidad de las sombras. En otros casos se utilizaba lo que se llamaba “tiza roja”, un cartón rojo que “calentaba” las carnaciones y daba un tono vivo y saludable al personaje. Habitualmente las miniaturas se pintaban con gouache o acuarela, con pinceladas finísimas o puntillistas en especial en los rostros. Para facilitar los trazos con los pigmentos solubles al agua, se preparaba la lámina de marfil con hiel de buey o se pulía la superficie con polvo de piedra pómez. Finalmente, para proteger y dar consistencia a la tablilla, se pegaba en su reverso un papel, una vitela o un cartón.